Miles de rascacielos negros se alzan sobre mi. Su oscura semejanza se ve engrandecida por el enorme reloj blanco que se alza sobre las estrellas, haciendo de luna, inmóvil, seductora. Las agujas se mueven al compás de mi corazón. Apuntando a las 12:00, inmóviles. Aún habiendo miles de rascacielos, ni una alma por la calle. No hacen falta farolas, pues el reloj lo ilumina todo. No hay ni una estrella en el cielo, aunque el cielo esté más oscuro que lo más profundo de mi ser. En medio de toda esa jungla negra, hay una catedral abandonada, igual de negra que los rascacielos. Entro dentro, y subo hasta lo m